Se abren las puertas de Manhattan: Formentera abandona el aislamiento

03.05.2020

Formentera es una isla de 9.000 tarjetas sanitarias, dos camiones de basura y un campo de fútbol. Se divide en tres faros que apuntan a Argelia, Ibiza y Cerdeña. No tiene aeropuerto. No tiene residencias de ancianos. No tiene UCIs. No tiene semáforos. La atraviesan dos autobuses a lo largo de una media maratón. Todos los pasajeros de un día suman nueve. Veinte si esta primavera no tocara pandemia. Mide ochenta y pico kilómetros cuadrados. Lo mismo que Manhattan.

Junto al faro de la Mola nació y vive desde hace 98 años y nueve meses el segundo hombre más viejo de la isla, Pep Escandell, un tipo con suerte. Cuando cumplió once años nació una niña en la casa de enfrente y se casó con ella. No había otra niña. No había otra casa. Lo más interesante de las guerras ocurrió la noche que se cayó al agua un bombardero alemán Ju-88, y Pep, el farero, y su futuro suegro, se subieron a una barca para rescatar con un farol al piloto de la Luftwaffe, al que salvaron casi justo para que viera caer al Tercer Reich. "España camarada", o algo así, les dijo, extrayendo del agua una bota del tamaño de la barca.

La niña se fue hace dos años y, hace una semana, Pep tuvo fiebre. Una ambulancia se lo llevó al hospital mientras su test se iba en barco a otra isla. Dos días después no era coronavirus. Ahora Pep se salta el confinamiento a velocidad de bastón para irse al otro lado de la carretera, e inspeccionar un campo de trigo tipo 'xeixa'; de moda porque tiene poco gluten. Desde un dron, Pep parecería el señor Cayo de Delibes protagonizando 'El Lago Azul'.

Del virus, Pep opina como Kafka. El 2 de agosto de 1914, el de Praga escribió en su diario: "Hoy Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde fui a nadar". Pep dice que "es mucho peor que la guerra", porque "no se puede pasear, no se puede pescar, no se puede jugar a las cartas". Un nieto se descojona a su espalda: «Eso es lo que le jode», la partida de 'botifarra' en el local social, a unos cientos de metros huyendo del faro.

En invierno, o en apocalipsis, en la mitad de Formentera es difícil ver a dos personas juntas. En la otra mitad es difícil ver una. Bajando de La Mola a Sant Ferran, el mar pinta un mosaico de azules imposibles que desinfectan los ojos; y la tierra una pista de aterrizaje para higueras que se desparraman sobre estacas imitando platillos volantes.

Por Sant Ferrán anda el dj de la isla, que es también el farmacéutico, Dj Pharma, claro. Ahora tiene mascarillas, pero de las malas. Por eso Lorenzo, el veterinario de al lado, dice que la isla no cumple los supuestos para entrar en fase 1. "Si acaban de empezar a hacer test a los sanitarios, por el amor de Dios", se queja. Esta mañana recibe a una cría de codorniz caída de un nido, a un gato gigante con alergia en los ojos, a un perrete al que le toca vacuna de la rabia, a otro con gusano del corazón, y a un Pitbull que le gime: "Es increíble, son unos bestias y luego son los más quejicas".

Hacia el norte, en su oficina de Es Pujols, Juanma Costa lee en su ordenador sobre máquinas de ozono. Acaba de comprar un montón de geles y mascarillas, pero en su pantalla pone que a lo mejor el ozono no mata el coronavirus. "A mí la fase 1 me da igual", resume, porque "mientras no abran el aeropuerto de Ibiza no hay nada que hacer". En su móvil saltan alertas de lo que van diciendo los alemanes y los ingleses, como si estuviera pendiente de un bombardeo de guiris.

Juanma tiene 700 de las 12.000 plazas hoteleras de la isla. También el único cinco estrellas, que abrió justito para llegar a la pandemia. "Si me obligan a abrir sin gente, y no me dejan aplicar el ERTE, para mí la fase I es perjudicial", explica. Pero no todo son malas noticias, las hay mucho peores. Más de la mitad de su personal está confinado fuera de la isla. Entre el 60% y el 70% de su clientela habitual es de nacionalidad italiana. ¿Pero alguna cosa buena habrá? "Bueno, que Sánchez nos desconfine primero nos vende como destino seguro", reconoce.

Dos de los siete casos detectados en toda la crisis permanecen activos. Tan sólo una baja, pero muy relevante. En 1971, en Illetes, una de esas playas que sale en los rankings entre las mejores del mundo, un pescador y su mujer montaron un chiringuito que se convertiría en uno de esos restaurantes con platos de pescado a 300 euros, transalpinas que calzan tacones y piedras preciosas con bikini, y jeques que sacan a pasear con correa un zorro de su palacio flotante. El 'Juan y Andrea' de toda la vida se ha quedado sin Andrea. El mayor agujero de esta isla perforada como un queso, que parece moverse como una balsa de piedra en las noches de tormenta.

El paciente cero fue Johan, de 43 años. Empezó a sentir fiebre poco después de decretarse el estado de alarma, y decidió aislarse de su mujer y de su hijo, sin que nadie viniera a ver qué tenía. Así pasó varios días hasta que empezó a asfixiarse. Le evacuaron en helicóptero a Ibiza dentro de una burbuja, y acabó sedado y entubado. Durante varios días el parte a su mujer era que casi se les muere. El viernes de la semana pasada recibió el alta.

Hacía mucho que Johan no salía de la isla, por lo que nadie entendía cómo pudo contagiarse. Al menos nadie que no conociera su profesión, conductor de autobús. Sus dos últimos servicios fueron excursiones de jubilados del Imserso procedentes de Ibiza, horas antes de que sus vacaciones fueran suspendidas por el Gobierno, y devueltos de urgencia a sus casas en Madrid, País Vasco o Valencia.

Desde entonces solo llegan tres barcos de pasaje al día. Todos desde Ibiza. En el de las siete de la mañana, igual hasta una veintena de pasajeros. Muchos con monos de trabajo y cara de saber arreglar cosas. Al subir entregan a la Guardia Civil una hoja con su estado de salud y número de teléfono. Uno de una empresa de frío industrial dice que a veces llama alguien y pregunta si tiene fiebre.

Al otro lado del puerto, en el muelle de pescadores, Oriol, capitán del Juana Ros, acaba de pescar un banco de barracudas. Las va abriendo a lo largo y las cuelga al sol de la botavara. En unos días se convertirán en peix sec, que es lo que convierte una ensalada normal en una de Formentera.

Iván preside la cofradía. Una veintena de embarcaciones que navegan en un radio de veinte millas alrededor de la isla. No cree que haya ahora más peces por la cuarentena, ni que sean más grandes. Tampoco le importa. Pescan a la demanda: "Si me piden diez atunes voy y los cojo, si me piden diez langostas voy y las cojo, da igual si tardo media hora o una hora". Sin restaurantes apenas hay demanda, especialmente de pescado caro, por eso corren buenos tiempos para haber nacido langosta, mero o gallo de San Pedro.

Hace muy poco la felicidad consistía en colgar y descolgar de los olivos de la plaza de la Constitución, en Sant Francesc, lazos amarillos. Todo lo interesante solía pasar allí, entre la sede del gobierno insular, una iglesia con forma de panacota, y el Bar Centro, donde Pepe Ferrer prepara seis mesas para el lunes, el 30% de su terraza. En las guerras el enemigo se preocupa mucho de cortar las comunicaciones, bombardeando antenas y canales de televisión, en Formentera bastaría cerrar el Bar Centro. A las 11 la presidenta insular, Alejandra Ferrer, abandona otra videoconferencia y baja a la plaza. Se enteró por la tele de que Formentera iba a ser desconfinada y el viernes por la tarde aún no había recibido la orden ministerial. Propone que a cualquiera que llegue, al menos le tomen la temperatura.

Por la plaza la gente va o viene del supermercado más grande de la isla, o de pillar el almuerzo en la panadería Manolo. Se saludan con reverencias japonesas. Sabes que uno es de Formentera porque se despide diciendo "Salut", como si fuera herencia de la peste negra que despobló la isla en el siglo XIV. Un enmascarado comenta a otro que mucho se habla del verano, pero que peor será el invierno. Hay gente que recibió su última nómina en octubre de 2019 y no volverá a ver una hasta junio de 2021. Preguntas por ahí por la fase 1, y todos parecen habérselo tomado como el ex leproso de 'La vida de Brian', que se quejaba de que Jesús le había curado, y ahora no sabía qué hacer: "Me dijo 'estás curado, macho', así, sin preguntar ni nada".